domingo, 26 de julio de 2009

La palabra del día: "No depender"

NO DEPENDER

…No depender es sin lugar a dudas uno de los grandes desafíos de los que luchamos diariamente por una vida plena, por eso que muchos llaman ser feliz.
Pero no depender tiene costos y es necesario saber que estos no son nada baratos. El autodependiente siempre será acusado por aquellos que todavía transitan espacios dependientes, de ser soberbios, tontos, crueles o agresivos, cuando no reprochados por antisociales, desamorados o egoístas.
Es que aquellos que han aprendido a no depender tampoco permiten que otros dependan de ellos. Saben que de cualquiera de los dos lados de la cadena, el esclavo y el amo son víctimas de la esclavitud, y la rechazan de plano. Reniegan de ser percheros de sombreros ajenos y no quieren apoyarse en otros para escalar posiciones.
Un viejo cuento nos ayuda a pensar en ello
En el jardín de una vieja casona abandonada, brotaron el mismo día los tallos de una enredadera y de un roble.
La primera se dio cuenta enseguida que su camino era el cielo y su destino el sol, gracias al cual había nacido. Debía consagrar todo su ser para dirigirlo a la luz. Y fiel a su decisión se arrastró con un poco de asco hacia el muro, el único muro que quedaba en pie de la vieja casa y empezó a trepar por él.
El segundo tallo, el del roble, sintió que debía toda su existencia a la tierra, al agua y a los minerales que lo habían nutrido en su época más oscura. Sabía que necesitaba del sol pero no podía dirigir sus ramas a él si no fabricaba antes un tronco firme sobre el cual desarrollarlas y su intuición le señaló que necesitaba primero raíces firmes.
Durante un tiempo los dos nuevos habitantes del jardín se ocuparon cada uno a su modo de su propio crecimiento.
Desde lo alto un día la enredadera descubrió al sudoroso roble, que apenas despuntaba entre la hierba.
- Hola enanito - le dijo burlándose - es una lástima que no puedas disfrutar el paisaje que se ve desde aquí…
- Si... - dijo el roble - pero debo ocuparme de mis raíces si quiero tener un tronco sólido para crecer con él.
Pasaron los meses y después los años. La enredadera, poderosa, cubría casi todo el muro y seguía burlándose de vez en cuando de la pequeñez del gordo roble, pura madera y burdas raíces.
Una noche, sucedió lo que nadie esperaba. Una terrible y furiosa tormenta se desató sobre la vieja casona.
La enredadera se aferró con sus pequeñas raíces al muro para no ser arrancada por el viento y el granizo. El roble se afirmó con sus raíces profundamente metidas en la tierra y las hojas buscaron la protección del propio tronco.
Todo sucedió en un momento, un relámpago iluminó la noche y como en una cruel fotografía alumbró el instante en el que la última pared de la casa que quedaba en pie, se derrumbaba estrepitosamente y con ella dejaba en tierra los más altos tallos de la enredadera.

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